Institucional

30 de octubre de 2020

Crandon fachada

Federico Plenc Nobre, Joaquín Peña Zangaro y Rocío Geymonat Dotti, Pastoral Educativa

Finaliza octubre y un nuevo aniversario de la Reforma Protestante llega en un contexto global que nadie hubiera imaginado un año atrás. Hemos tenido que transformarnos para afrontar una realidad desafiante y dolorosa, lograr estrategias sociales de solidaridad, tender redes, acompañar dolores y replanificar tantas veces como ha sido necesario.

Han existido en la historia de la humanidad momentos en los que se evidencia la necesidad de buscar nuevos rumbos. Aunque el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra (o para decirlo en lenguaje luterano: el ser humano es pecador por naturaleza y solo busca autoedificarse, negando al prójimo y tomando el lugar divino), creemos que Dios, a pesar de todo, ama incondicionalmente a su creación y al ser humano como parte de ella. Creemos que el Dios justo nos muestra una y otra vez las consecuencias de nuestro accionar egoísta y, a la vez, nos ofrece alternativas para tomar nuestro lugar de responsabilidad en la sociedad, buscando la convivencia y la reconciliación. En un mundo que descree y ataca las democracias, donde se evidencia la inseguridad de las poblaciones más vulnerables, donde hay violencia contra las mujeres y las disidencias cotidianas, donde la brecha económica se expanden cada día más y donde el derecho de la madre tierra es pisoteado por la codicia humana, nos preguntamos: ¿seremos capaces de proponer los necesarios nuevos rumbos?

Nos gustaría contarles una historia hermanada con el Metodismo, denominación fundante de nuestro Colegio. Es la historia del Movimiento Valdense que surgió en el siglo XII, en la ciudad de Lyon (Francia), de la mano de Pedro Valdo, contemporáneo de Francisco de Asís.  Valdo ―un mercader― decidió, a partir de una experiencia traumática, «hacer carne» en su vida la propuesta que Jesús le hizo al joven rico: repartir su riqueza con los pobres y emprender el seguimiento de la causa de Jesús. Es así que tradujo al idioma popular los evangelios y algunas cartas, y comenzó un movimiento que se conoció posteriormente como «los pobres de Lyon». Este movimiento itinerante no vivía la pobreza como obra meritoria, sino como crítica a la situación de su época, y tomó un nuevo rumbo en tanto proponía el derecho de los creyentes (mujeres y varones, sin necesidad de ser clérigos) a predicar la buena nueva de Jesús. En el IV Concilio de Letrán (1215), los valdenses fueron definidos como herejes y condenados al exterminio junto con otros movimientos disidentes de la época. Muchos de estos no consiguieron perdurar en el tiempo, pero sí el pueblo valdense. 

Tiempo después, el 31 de octubre de 1517, el monje Agustino Martín Lutero retomó esta premisa de libre predicación bajo el lema «sacerdocio universal de los creyentes», incluyéndola en un documento que constó de 95 tesis que él mismo clavó en las puertas de la Iglesia de Wittemberg, desencadenando reformas dentro y fuera de la estructura eclesial. 

Nuestro cometido en estas líneas es rescatar las iniciativas de estos movimientos ―así como posteriormente lo hizo el Metodismo― en la búsqueda de alternativas a las situaciones muchas veces injustas que viven nuestras sociedades. Los cambios pueden llevar tiempo, pero es necesario que no queden en ideas truncas si de verdad creemos que obrarán sanando las heridas y restaurando la verdad y libertad que nuestros pueblos merecen. Hoy la realidad es desafiante y de igual manera deben ser nuestras propuestas educativas, económicas, teológicas, sociales. 

En la carta del apóstol Pablo a la comunidad cristiana en Roma, leemos: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (12:2). Quiera el Dios de vida inspirar nuestra existencia para tomar nuevas formas que traigan «el buen vivir», justicia y paz.

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